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 Adán Chávez Frías: Chávez, el Imprescindible.

Hugo Chávez, el gran «hombre de acción e ideas», como definió el Comandante Fidel Castro a quien además se refirió como el mejor amigo de Cuba, ha devenido, con el palpitar del inconmensurable corazón de nuestros Pueblos, en la esencia ideológica de un proyecto político destinado a la construcción de una nación libre, soberana, independiente y forjadora de la mayor suma de felicidad posible para sus habitantes. Y es que, sin duda, cuando el Comandante Eterno se asumió como parte de toda una vorágine humana con aquella frase: «Yo ya no soy Chávez, yo soy un Pueblo»; estaba dejando testimonio de su entrega total a la causa de las más necesitadas y los más necesitados. Se había convertido, inevitablemente, en un sentimiento popular.

De allí que hoy, en el marco del 67 aniversario del natalicio del líder histórico de la Revolución Bolivariana, resulte necesario hablar de nuestra historia contemporánea, del tiempo transcurrido hace casi setenta años, de ese instante en que el corazón de la tierra venezolana palpitó en un lugar remoto, desconocido para la mayoría: Sabaneta de Barinas; en ese llano nuestro que el propio Chávez describió como un espacio de misterios, de naturaleza «auténtica y a veces tan cruel», contra el cual deben luchar las mujeres y los hombres para domarlo y vencerlo, pero también para terminar siendo parte de él, de su sabana infinita. Allí nació el gran revolucionario de esto siglo, una madrugada de invierno, de mucha lluvia formando lagunas en las calles. «No había luna, no había gallo, era una noche oscura»; relató el Comandante Eterno en sus conversaciones con el compañero Ignacio Ramonet.

Hugo nació el 28 de julio de aquel año en el que, por cosas del destino, también llegaban al Panteón Nacional los restos del gran ideólogo de la guerra de independencia, el hombre que entregó las luces del conocimiento y la rebeldía a nuestro Padre Libertador Simón Bolívar, y que el acaecer del tiempo convirtió también en inspiración para el propio Chávez: Simón Rodríguez.

De modo que los azares de la vida y de la historia se confabularon de nuevo, y en 1954 la Patria amparaba a dos seres para la posteridad, en dos tiempos distintos pero complementarios: el pasado perenne, la llama inapagable representada por Samuel Robinson, y el futuro apenas incipiente representado por un niño que empezaba a abrir sus ojos a la vida.

En el mundo ocurrían hechos que, en lo político, serían relevantes para la historia de los Pueblos oprimidos. El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, un año antes, a cargo del movimiento 26 de Julio comandado por Fidel Castro, marca el inicio de ese tiempo. El golpe de Estado al presidente progresista Jacobo Árbenz, en Guatemala; y las imposiciones de dictaduras en Brasil y Paraguay, en 1954, definen la política imperialista de establecer sus dominios en la América Latinocaribeña a través de los militares formados bajo los intereses norteamericanos y su Escuela de las Américas. Pero es el año también de la Batalla de Die Bien Phu, que significó la victoria del Pueblo vietnamita sobre el colonialismo francés. «Los brazos de la historia me envolvieron, el huracán de la historia me aspiró», dijo el Comandante Chávez, refiriéndose al turbulento escenario mundial de su nacimiento.

Y es que el ser humano está hecho a la medida de sus circunstancias. Son estas las que forman su espíritu y acuñan su personalidad. Así ocurrió con Chávez, el niño, cuya innata curiosidad lo llevó a hacerse preguntas en un contexto plagado de contradicciones. En la Patria de Bolívar, cientos de presos políticos colmaban las cárceles del régimen perezjimenista, que no permitía libertades de pensamiento político y enviaba a sus mazmorras a quienes opinaban distinto. Las luchas contra Pérez Jiménez desembocaron en su derrocamiento, comenzando el año 1958. Para entonces, Hugo aún no cumplía los cuatro años.

La esperanza sobrevoló los cielos, como un viento que traía buenos augurios para el país, pero no fue más que una ilusión breve. Una vez más, las clases poderosas maniobraron y lograron apartar a las fuerzas populares y revolucionarias, convirtiendo la victoria colectiva sobre la dictadura, en un pacto de la burguesía nacional para eternizarse en el poder. El puntofijismo era la continuidad del viejo dominio capitalista, amparado por Washington. Fue este tiempo, sin duda, el que más influyó en la visión del líder bolivariano.

La lucha armada, consecuencia del malestar popular contra la seudodemocracia entreguista, fue un hecho histórico que se reflejó no solo en Caracas, sino en casi todo el interior del país. Barinas fue uno de los tantos espacios guerrilleros en la geografía nacional. Las historias del Bachiller Rodríguez, del Tuco Gómez, eran de conocimiento público y se hicieron parte del ideario sabanetense. El mismo Chávez narra una visión de aquellos momentos de su vida:

«Yo recuerdo haber visto a Rómulo Betancourt con un liquiliqui blanco, que cruzó el puente Páez, el río Boconó; nos llevaron en un camión de estaca a los niños que éramos, bueno, a mirar al presidente que pasaba a entregar tierras de la Reforma Agraria. Si mal no recuerdo, iba con John Kennedy, que vino aquí, tú sabes, a entregar tierras, era la Alianza para el Progreso. Yo recuerdo a unos jóvenes norteamericanos que llegaron a Sabaneta (por esos años yo era monaguillo, te estoy hablando de hace 50 años) y nos enseñaron algunas palabras de inglés y repartían avena Quaker; era la Alianza para el Progreso.

Pero también recuerdo en los montes de San Hipólito, por el Caño e´ Raya, que había unos señores que los llamaban los guerrilleros… ¿Ves? Donde uno nació, y donde va creciendo…».

Esta mirada de dos contrapuestos antagónicos, es decir, la llamada «democracia», por un lado (en la que subsistían la pobreza, el analfabetismo, la ausencia de atención médica y otras calamidades), y la rebelión de un sector, por el otro (los factores revolucionarios), influyeron decididamente en la personalidad de Hugo; pero también en la forja de su gran sensibilidad, su constante preocupación por las injusticias y las desigualdades sociales.

En ese contexto histórico, los afectos y enseñanzas en el seno familiar fueron determinantes para ir moldeando su espiritualidad. Si bien Chávez creció bajo el cuidado de la abuela Rosa Inés, no es menos importante la influencia de mamá y papá. Ambos maestros, ambos luchadores en un mundo entonces distante y olvidado: el llano venezolano.

La vida austera de la familia dio firmeza a valores esenciales como la honradez, la humildad, el sacrificio y la identidad con las marginadas y los marginados; e hizo que éstos prevalecieran como ejemplos a seguir, independientemente de las duras condiciones a las que nos enfrentábamos.

En una de sus tantas remembranzas, el Comandante recordaba cuando cursó el cuarto grado de primaria y papá fue su maestro de aula; subrayando que tenía con él una exigencia mayor, por el hecho de ser su hijo. «Cuando yo no sacaba veinte, no iba al cine», relataba Chávez, en referencia a las grandes exigencias del viejo Hugo de los Reyes.

Mamá Elena fue igualmente de mucha influencia para el futuro líder histórico de la Revolución Bolivariana. «Se graduó de maestra ya cuando nos había parido a casi todos nosotros. Yo recuerdo haber ido a ver a mi madre en un salón de clases… Sobre todo, ella alfabetizaba, se dedicaba a la educación de los adultos… Yo participé, junto a mi madre, en la campaña de alfabetización por allá por los años sesenta, ella era mi guía con un libro que se llamaba Abajo Cadenas… Así que mi madre me enseñó a enseñar a otros: cosa bonita esa».

Pero sin duda, el rol desempeñado por mamá Rosa, con sus innumerables lecturas y lecciones, fue determinante en nuestra formación. Fue ella quien nos enseñó a leer, antes de ir a la escuela, y en ese poderoso lazo se fue tejiendo una relación que va más allá del vínculo consanguíneo y afectivo. La figura de la abuela Rosa Inés, con sus relatos sobre la independencia, la Guerra Federal y la lucha antigomecista, representó la proximidad a las primeras ideas emancipadoras y de rebeldía de aquellos escolares que éramos, cuando comenzábamos a escudriñar las complejidades de la vida.

Etapa dura y a la vez mágica aquella, en el misterioso llano cuyo influjo marcó decididamente al futuro visionario y, sobre todo, al hombre perceptivo y sensitivo, al hacedor de sueños, al poeta Chávez:

«Quizás algún día, mi vieja querida, dirija mis pasos hasta tu recinto, con los brazos en alto y con alborozo, coloque en tu tumba una gran corona de verdes laureles: sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu Pueblo, y la de tu historia…»; escribió Hugo en su poema a mamá Rosa.

Todos esos primeros años posteriores a su nacimiento, incidieron resueltamente en el pensamiento del hombre que, tomando las banderas de Bolívar, Rodríguez y Zamora; emprendió la conquista del poder popular, la construcción de una nación libre y de justicia social.

Hoy, bajo circunstancias complejas para el proyecto bolivariano que él impulsó, las venezolanas y los venezolanos, y otros Pueblos de este continente y del mundo, conmemoramos un año más de su natalicio. Y la mejor forma de homenajearlo y demostrar el amor que le profesamos, es manteniéndonos en pie de lucha contra las intenciones de hacer desaparecer su legado, planificadas por los grandes poderes hegemónicos imperialistas y ejecutadas por sus lacayos.

La humanidad entera sufre los golpes terribles de la crisis mundial y la pandemia del Covid-19, que hace más precaria todavía la situación de las y los habitantes del planeta. Es una verdad a todas luces, que el sistema capitalista neoliberal y salvaje no ha podido, con todos sus recursos, controlar la emergencia sanitaria, y cada vez deja ver con más claridad su rostro real.

Es también una verdad innegable, que las riquezas se concentran cada vez más en poquísimas manos, en detrimento de un creciente número de trabajadoras y trabajadores, y de personas en situación de pobreza. Chávez lo dijo, en el año 2012: «La humanidad está al borde de una catástrofe inimaginable», haciendo énfasis en la imperiosa necesidad de acabar con el depredador capitalismo.

De modo que, elevar su pensamiento hasta convertirlo en una bandera para defender nuestros ideales de soberanía, debe ser la tarea que toda revolucionaria y todo revolucionario debe tener como prioridad, si anhelamos el sueño que él dejó pendiente por hacer. Es imposible avanzar en la batalla contra los enemigos de nuestra Patria, si no asumimos el ideario del Comandante Chávez como guía revolucionaria. Por él estamos construyendo una verdadera Independencia.

¡Un año más, querido Hugo! Permítenos tomar el verso siempre vigente de Bertold Bretch, para decirte de nuevo: «…hay los que luchan toda la vida, ¡esos son los imprescindibles!».

¡Siempre juntos, hermano, camarada!!


Chávez, el imprescindible | Por Adán Chávez

Hugo Chávez, el gran «hombre de acción e ideas», como definió el Comandante Fidel Castro a quien además se refirió como el mejor amigo de Cuba, ha devenido, con el palpitar del inconmensurable corazón de nuestros Pueblos, en la esencia ideológica de un proyecto político destinado a la construcción de una nación libre, soberana, independiente y forjadora de la mayor suma de felicidad posible para sus habitantes. Y es que, sin duda, cuando el Comandante Eterno se asumió como parte de toda una vorágine humana con aquella frase: «Yo ya no soy Chávez, yo soy un Pueblo»; estaba dejando testimonio de su entrega total a la causa de las más necesitadas y los más necesitados. Se había convertido, inevitablemente, en un sentimiento popular.

De allí que hoy, en el marco del 67 aniversario del natalicio del líder histórico de la Revolución Bolivariana, resulte necesario hablar de nuestra historia contemporánea, del tiempo transcurrido hace casi setenta años, de ese instante en que el corazón de la tierra venezolana palpitó en un lugar remoto, desconocido para la mayoría: Sabaneta de Barinas; en ese llano nuestro que el propio Chávez describió como un espacio de misterios, de naturaleza «auténtica y a veces tan cruel», contra el cual deben luchar las mujeres y los hombres para domarlo y vencerlo, pero también para terminar siendo parte de él, de su sabana infinita. Allí nació el gran revolucionario de esto siglo, una madrugada de invierno, de mucha lluvia formando lagunas en las calles. «No había luna, no había gallo, era una noche oscura»; relató el Comandante Eterno en sus conversaciones con el compañero Ignacio Ramonet.

Hugo nació el 28 de julio de aquel año en el que, por cosas del destino, también llegaban al Panteón Nacional los restos del gran ideólogo de la guerra de independencia, el hombre que entregó las luces del conocimiento y la rebeldía a nuestro Padre Libertador Simón Bolívar, y que el acaecer del tiempo convirtió también en inspiración para el propio Chávez: Simón Rodríguez.

De modo que los azares de la vida y de la historia se confabularon de nuevo, y en 1954 la Patria amparaba a dos seres para la posteridad, en dos tiempos distintos pero complementarios: el pasado perenne, la llama inapagable representada por Samuel Robinson, y el futuro apenas incipiente representado por un niño que empezaba a abrir sus ojos a la vida.

En el mundo ocurrían hechos que, en lo político, serían relevantes para la historia de los Pueblos oprimidos. El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, un año antes, a cargo del movimiento 26 de Julio comandado por Fidel Castro, marca el inicio de ese tiempo. El golpe de Estado al presidente progresista Jacobo Árbenz, en Guatemala; y las imposiciones de dictaduras en Brasil y Paraguay, en 1954, definen la política imperialista de establecer sus dominios en la América Latinocaribeña a través de los militares formados bajo los intereses norteamericanos y su Escuela de las Américas. Pero es el año también de la Batalla de Die Bien Phu, que significó la victoria del Pueblo vietnamita sobre el colonialismo francés. «Los brazos de la historia me envolvieron, el huracán de la historia me aspiró», dijo el Comandante Chávez, refiriéndose al turbulento escenario mundial de su nacimiento.

Y es que el ser humano está hecho a la medida de sus circunstancias. Son estas las que forman su espíritu y acuñan su personalidad. Así ocurrió con Chávez, el niño, cuya innata curiosidad lo llevó a hacerse preguntas en un contexto plagado de contradicciones. En la Patria de Bolívar, cientos de presos políticos colmaban las cárceles del régimen perezjimenista, que no permitía libertades de pensamiento político y enviaba a sus mazmorras a quienes opinaban distinto. Las luchas contra Pérez Jiménez desembocaron en su derrocamiento, comenzando el año 1958. Para entonces, Hugo aún no cumplía los cuatro años.

La esperanza sobrevoló los cielos, como un viento que traía buenos augurios para el país, pero no fue más que una ilusión breve. Una vez más, las clases poderosas maniobraron y lograron apartar a las fuerzas populares y revolucionarias, convirtiendo la victoria colectiva sobre la dictadura, en un pacto de la burguesía nacional para eternizarse en el poder. El puntofijismo era la continuidad del viejo dominio capitalista, amparado por Washington. Fue este tiempo, sin duda, el que más influyó en la visión del líder bolivariano.

La lucha armada, consecuencia del malestar popular contra la seudodemocracia entreguista, fue un hecho histórico que se reflejó no solo en Caracas, sino en casi todo el interior del país. Barinas fue uno de los tantos espacios guerrilleros en la geografía nacional. Las historias del Bachiller Rodríguez, del Tuco Gómez, eran de conocimiento público y se hicieron parte del ideario sabanetense. El mismo Chávez narra una visión de aquellos momentos de su vida:

«Yo recuerdo haber visto a Rómulo Betancourt con un liquiliqui blanco, que cruzó el puente Páez, el río Boconó; nos llevaron en un camión de estaca a los niños que éramos, bueno, a mirar al presidente que pasaba a entregar tierras de la Reforma Agraria. Si mal no recuerdo, iba con John Kennedy, que vino aquí, tú sabes, a entregar tierras, era la Alianza para el Progreso. Yo recuerdo a unos jóvenes norteamericanos que llegaron a Sabaneta (por esos años yo era monaguillo, te estoy hablando de hace 50 años) y nos enseñaron algunas palabras de inglés y repartían avena Quaker; era la Alianza para el Progreso. 

Pero también recuerdo en los montes de San Hipólito, por el Caño e´ Raya, que había unos señores que los llamaban los guerrilleros… ¿Ves? Donde uno nació, y donde va creciendo…».

Esta mirada de dos contrapuestos antagónicos, es decir, la llamada «democracia», por un lado (en la que subsistían la pobreza, el analfabetismo, la ausencia de atención médica y otras calamidades), y la rebelión de un sector, por el otro (los factores revolucionarios), influyeron decididamente en la personalidad de Hugo; pero también en la forja de su gran sensibilidad, su constante preocupación por las injusticias y las desigualdades sociales.

En ese contexto histórico, los afectos y enseñanzas en el seno familiar fueron determinantes para ir moldeando su espiritualidad. Si bien Chávez creció bajo el cuidado de la abuela Rosa Inés, no es menos importante la influencia de mamá y papá. Ambos maestros, ambos luchadores en un mundo entonces distante y olvidado: el llano venezolano.

La vida austera de la familia dio firmeza a valores esenciales como la honradez, la humildad, el sacrificio y la identidad con las marginadas y los marginados; e hizo que éstos prevalecieran como ejemplos a seguir, independientemente de las duras condiciones a las que nos enfrentábamos.

En una de sus tantas remembranzas, el Comandante recordaba cuando cursó el cuarto grado de primaria y papá fue su maestro de aula; subrayando que tenía con él una exigencia mayor, por el hecho de ser su hijo. «Cuando yo no sacaba veinte, no iba al cine», relataba Chávez, en referencia a las grandes exigencias del viejo Hugo de los Reyes.

Mamá Elena fue igualmente de mucha influencia para el futuro líder histórico de la Revolución Bolivariana. «Se graduó de maestra ya cuando nos había parido a casi todos nosotros. Yo recuerdo haber ido a ver a mi madre en un salón de clases… Sobre todo, ella alfabetizaba, se dedicaba a la educación de los adultos… Yo participé, junto a mi madre, en la campaña de alfabetización por allá por los años sesenta, ella era mi guía con un libro que se llamaba Abajo Cadenas… Así que mi madre me enseñó a enseñar a otros: cosa bonita esa».

Pero sin duda, el rol desempeñado por mamá Rosa, con sus innumerables lecturas y lecciones, fue determinante en nuestra formación. Fue ella quien nos enseñó a leer, antes de ir a la escuela, y en ese poderoso lazo se fue tejiendo una relación que va más allá del vínculo consanguíneo y afectivo. La figura de la abuela Rosa Inés, con sus relatos sobre la independencia, la Guerra Federal y la lucha antigomecista, representó la proximidad a las primeras ideas emancipadoras y de rebeldía de aquellos escolares que éramos, cuando comenzábamos a escudriñar las complejidades de la vida.

Etapa dura y a la vez mágica aquella, en el misterioso llano cuyo influjo marcó decididamente al futuro visionario y, sobre todo, al hombre perceptivo y sensitivo, al hacedor de sueños, al poeta Chávez:

«Quizás algún día, mi vieja querida, dirija mis pasos hasta tu recinto, con los brazos en alto y con alborozo, coloque en tu tumba una gran corona de verdes laureles: sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu Pueblo, y la de tu historia…»; escribió Hugo en su poema a mamá Rosa.

Todos esos primeros años posteriores a su nacimiento, incidieron resueltamente en el pensamiento del hombre que, tomando las banderas de Bolívar, Rodríguez y Zamora; emprendió la conquista del poder popular, la construcción de una nación libre y de justicia social.

Hoy, bajo circunstancias complejas para el proyecto bolivariano que él impulsó, las venezolanas y los venezolanos, y otros Pueblos de este continente y del mundo, conmemoramos un año más de su natalicio. Y la mejor forma de homenajearlo y demostrar el amor que le profesamos, es manteniéndonos en pie de lucha contra las intenciones de hacer desaparecer su legado, planificadas por los grandes poderes hegemónicos imperialistas y ejecutadas por sus lacayos.

La humanidad entera sufre los golpes terribles de la crisis mundial y la pandemia del Covid-19, que hace más precaria todavía la situación de las y los habitantes del planeta. Es una verdad a todas luces, que el sistema capitalista neoliberal y salvaje no ha podido, con todos sus recursos, controlar la emergencia sanitaria, y cada vez deja ver con más claridad su rostro real.

Es también una verdad innegable, que las riquezas se concentran cada vez más en poquísimas manos, en detrimento de un creciente número de trabajadoras y trabajadores, y de personas en situación de pobreza. Chávez lo dijo, en el año 2012: «La humanidad está al borde de una catástrofe inimaginable», haciendo énfasis en la imperiosa necesidad de acabar con el depredador capitalismo.  

De modo que, elevar su pensamiento hasta convertirlo en una bandera para defender nuestros ideales de soberanía, debe ser la tarea que toda revolucionaria y todo revolucionario debe tener como prioridad, si anhelamos el sueño que él dejó pendiente por hacer. Es imposible avanzar en la batalla contra los enemigos de nuestra Patria, si no asumimos el ideario del Comandante Chávez como guía revolucionaria. Por él estamos construyendo una verdadera Independencia.

¡Un año más, querido Hugo! Permítenos tomar el verso siempre vigente de Bertold Bretch, para decirte de nuevo: «…hay los que luchan toda la vida, ¡esos son los imprescindibles!».

¡Siempre juntos, hermano, camarada!!

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